Carta de Mons. #Osoro: Míralos y que te miren

Osoro Carta

¡Cómo me agrada decir que la gran opción del cristianismo es la opción por la racionalidad y por la prioridad de la razón! Es la opción mejor, pues muestra con claridad que detrás de todo hay una Inteligencia de la que nos podemos fiar. Acerquémonos a Jesucristo. Necesitamos al Dios que se encarnó y que nos muestra con su vida que Él no sólo es razón matemática, sino que esta razón originaria es también Amor. Confiamos en la Razón creadora que es Amor y en este Amor que es Dios. La historia de la humanidad nos muestra, y muy recientemente, que allí donde se suprimió a Dios no sólo se destruyó la moral, sino también la intimidad del hombre en sus elementos más esenciales. La renovación de los pueblos sólo puede venir de la vuelta a Dios, de un reconocimiento sincero de la centralidad de Dios para así vivir en la racionalidad. ¿Es posible esto? Muchas han sido las búsquedas y el empeño para explicar que Dios es algo superfluo. Desde la Ilustración ha sido un empeño en el que se han gastado muchas energías. Pero hoy, con más fuerza que nunca, las cuentas y las medidas del hombre y del mundo, sin Dios, no cuadran..

Os propongo algo muy importante: que superemos el miedo a Dios y pongamos la confianza de nuestra vida y de la historia de esta humanidad en manos de Dios. Dios es bondad, es amor, es razón, es fidelidad, es encuentro, es fraternidad, es comunión, es horizonte. Nos da salida, no nos deja andar a tientas, es para nosotros luz. En Jesucristo descubrimos que Dios es tan grande que puede hacerse muy pequeño y pasar por uno de tantos hombres. Pero el paso de Jesucristo por este mundo no nos deja indiferentes, Él mismo nos ha dicho: “el que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14, 9). Dios ha asumido un rostro humano. Ha amado tanto al hombre que se ha dejado clavar en la Cruz, llevando los sufrimientos del ser humano al corazón mismo de Dios. Hoy conocemos las patologías, las enfermedades, la destrucción de la imagen de Dios a través de Jesucristo. Él nos hizo ver con claridad la vaciedad y el sinsentido que se produce en la existencia humana y en las relaciones entre los hombres cuando hay vacíos existenciales provocados por vivir desde nosotros mismos, o con los proyectos que otros como nosotros nos ofertan. Es desde ahí desde donde podemos entender aquel poema de Santa Teresa de Jesús: “Nada te turbe,/nada te espante;/todo se pasa,/Dios no se muda./La paciencia/todo lo alcanza./Quien a Dios tiene/nada le falta./Sólo Dios basta”.

Hemos sido llamados para vivir en una confianza absoluta en Dios. Nos ha llamado Jesucristo. Somos miembros de su pueblo, un pueblo nuevo con la misión de mostrar, con la propia vida de quienes lo conforman, el rostro mismo de Cristo. Con gran belleza nos dice el profeta Ezequiel que el Mesías será una rama nueva: “También yo había escogido una rama de la cima del alto cedro y la había plantado; de las más altas y jóvenes ramas, arrancaré una tierna, y la plantaré en la cumbre del monte elevado; la plantaré en una montaña alta de Israel, echará brotes y dará fruto. Se hará un cedro magnífico. Aves de todas clases anidarán en él, anidarán al abrigo de sus ramas” (Ez 17, 22-23). El hombre no puede vivir de espaldas a Dios. El silencio y la indiferencia llevan al ser humano a tapar una dimensión esencial de la existencia humana que da sentido a todo, como es la dimensión religiosa. Silenciada y olvidada esta dimensión, la existencia humana se empobrece como tal y traiciona al hombre mismo. No podemos ignorar a Dios. Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, ha venido a esta historia para acompañarnos, para que pongamos nuestra vida a buen recaudo. Es verdad que la situación histórica actual en muchos aspectos es diferente a la que vivió el apóstol San Pablo, que cuando llegó a Atenas vio que los hombres daban culto a muchos dioses. Pero, pese a la diferencia -nuestras ciudades no están llenas de altares e imágenes- más que nunca en la profundidad del ser humano está la pregunta sobre Dios, que en definitiva es la pregunta sobre el hombre.

¿A qué os invito hoy? Con palabras de San Pedro Poveda os digo: “En el momento de la Misa buscaba yo una palabra que sintetizase lo que quería pedirle a nuestro Señor y me vino a la memoria la historia del Santo Cura de Ars, que seguramente conoceréis. Dice que todos los días veía a un hombre que pasaba muchas horas delante del sagrario, sin libro, sin rosario y sin mover los labios; después de observarle algún tiempo, al fin un día le interrogó: ¿Qué reza usted? Nada, le contestó. ¿Medita? No sé qué es eso. ¿Qué hace, entonces, tantas horas delante del Señor? Pues…Él me mira y yo le miro, fue la respuesta”. Esta expresión es la que sintetiza mi deseo para todos los que el Señor quiso que yo fuese pastor. Y, como San Pedro Poveda, le digo a Él: “Que Tú los mires y ellos te miren, porque si Tú los miras, sus pensamientos serán limpios, sus palabras serán puras, sus conversaciones caritativas”. Voy a deciros, en muy pocas palabras, lo que es la mirada de Jesucristo: es luz, es camino, es paz, es consuelo, es alegría, es bondad, es amor, es caridad, es suavidad, es seguridad, es bendición, es… Todo lo bueno. De lo que es la mirada de Jesús, recuerdo un verso de San Juan de la Cruz que dice: “ya bien puedes mirarme/después que me miraste,/que gracia y hermosura en mi dejaste”. (cf. Pedro Poveda, Obras I, Creí, por eso hablé, Narcea S.A. Ediciones, 2005, n 332).

Pon la confianza en el Señor, pues en cada momento de nuestras vidas dependemos completamente de Dios, en quien “vivimos, nos movemos y existimos“, como nos dice el Apóstol San Pablo. Solamente Él nos protege, nos guía en todos los momentos de nuestra vida, cuando hay luz y cuando llega la oscuridad, en la tormenta y en la calma, en el agobio y en la serenidad. Dios está siempre con nosotros, no nos abandona. Está en los momentos fáciles y difíciles. Nos acompaña siempre, nunca estamos solos. Por ello, te invito a que vivas tu existencia así: “que tu lo mires con la seguridad de que Él te mira”.

Con gran afecto, os bendice.

FrimaOsoro

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