Ante el atentado de París

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Cuando hoy hemos recibido la noticia del terrible atentado de París, creo que a todos se nos ha estremecido el corazón. ¿Cómo es posible que el mal se apodere de los hombres? ¿Qué sucede en el interior de las personas que llegan a estos extremos? ¿Estamos ante un ataque al mundo cristiano, ante un ataque a la libertad de expresión o ante un ataque a una empresa? Intentar dar una explicación a lo sucedido es bueno, sin embargo, necesitamos además tomar una posición para poder responder al Señor que nos pide ser sal de la tierra y luz del mundo.

Ante todo, debemos unirnos al mensaje del Papa Francisco, quien ha querido expresar la más firme condena por el horrible atentado que ha devastado esta mañana la ciudad de París, con un alto número de víctimas, sembrando la muerte, sumiendo en la consternación a toda la sociedad francesa y perturbado a los amantes de La Paz, más allá de las fronteras de Francia.

En este mismo comunicado, el Papa nos invita a rezar por el sufrimiento de los heridos y por las familias de los fallecidos. En estos momentos de profundo dolor, sólo Cristo Crucificado puede hacerse presente en la vida de estas personas para poder compartir el sufrimiento. También allí estaba Dios ofreciendo el abrazo de misericordia a cada uno de ellos.

Pero al mismo tiempo, Francisco nos hace un llamamiento a todos para oponerse a la difusión del odio y de cualquier forma de violencia física y moral, que destruya la vida humana, viole la dignidad de las personas, socave radicalmente el bien fundamental de la convivencia pacífica entre las personas y los pueblos, más allá de nacionalidad, religión y cultura.

Ésta es nuestra tarea. Ahora más que nunca los católicos necesitamos descubrir la oportunidad de convertirnos en protagonistas de la construcción de La Paz, un don de Dios que debemos seguir suplicando para nuestro tiempo. Rezar por las víctimas y por los verdugos no es insensato: solo el sacrificio de la Cruz es capaz de superar esta distancia, abrir los corazones a la conversión y derramar su misericordia sobre cada hombre y mujer de nuestro tiempo.

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